La magnitud de la crisis de la mediana edad (hacia la vejez) varía según cómo haya resuelto el sujeto los procesos evolutivos en la infancia y en la adolescencia.
El tercer proceso de individuación se presenta en la adultez como el reconocimiento concreto de la finitud de la vida, para lo cual deberá haberse atravesado en la primera instancia diversos duelos, empezando por el reconocimiento y aceptación del infante de una separación de su madre como principio inicial de autonomía e individualidad, seguido por lo que Peter Blos llama segundo proceso de individuación, esto es la desvinculación con los objetos interiorizados en la niñez temprana. De acuerdo a cómo se haya logrado transitar estos duelos, el adulto enfrentará la prueba irrefutable de la finitud de la vida. Será más factible hacerlo en forma positiva cuánto en la niñez y en la adolescencia se haya abandonado la idea de satisfacción inmediata y omnipotencia.
La meta del trabajo es exponer las diferentes posturas de los autores abordados (ver bibliografía), en los cuales se observó un eje común, que tiene que ver justamente con un continuum vivencial que va desde los primeros días de vida, sus experiencias y la influencia sociocultural para enfrentar los biológico. Todos los autores remarcan que la crisis, si bien en general es vista como algo negativo, la re-flexión (el mirarse hacia adentro) implica a su vez una oportunidad para concretar proyectos que fueron postergados.
Así como se sostiene (desde P. Blos) que hay que pasar el periodo de latencia como fase necesaria, en forma inexorable, para arribar a un buen desarrollo del proceso adolescente para elaborar los duelos, se sostiene desde este trabajo que para llegar a una adultez que culmine con la “integridad del yo” (de la que habla Eric Erikson en la vejez), debe pasarse por una adolescencia que termine por resolver los conflictos infantiles en forma positiva, para que el hombre maduro pueda mirar a la finitud de frente, sin “desesperación”. O sea, lograr el tercer proceso de individuación.
Desarrollo
Crisis implica un “cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente” y/o una “mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales” ([1]). Etimológicamente deriva del griego krisis y este del verbo Krinein, que significa “separar” o “decidir”. Dice Michael Nichols que crisis es algo que se rompe y porque se rompe hay que analizarlo. La crisis nos obliga a pensar, por tanto produce análisis y reflexión. Vulgarmente, crisis significa situaciones de ruptura, renuncia, muerte, oportunidad o fin, resignación...
Las diferencias que se ven en la significación de “crisis”, se pueden trasladar también a las teorizaciones psicológicas sobre la llamada crisis de la mitad de la vida (como sostiene Carl G. Jung) o de los 40 (Levinson), con fuertes contrapuntos que van desde la afirmación de su existencia en todos los seres humanos hasta la relativización acerca de que tenga que ser, sí o sí, un paso obligado de la vida (Costa y Mac Crae ([2]) ).
Las crisis pueden activarse por diversos desencadenantes, según Orville Gilbert Brim, como por ejemplo: 1) Causas hormonales, por disminución de la testosterona (en el hombre) o de los estrógenos (en la mujer), con todas sus consecuencias concomitantes; 2) La discrepancia entre lo que se esperaba y lo que realmente alcanzó; 3) Se hacen presente, de improviso, los sueños omnipotentes de la juventud; 4) El estancamiento, agotamiento de los proyectos; 5) El presentimiento de la muerte; 6) Los cambios en la familia –nido vacío, padres ancianos, deterioro familiar-; 7) Factores externos como revoluciones históricas y sociales, depresión económica, guerras, pérdida de empleo.
Lo cierto es que sean cuales fueran las situaciones vivenciales que provocaron pérdidas en la niñez y en la adolescencia, su elaboración de entonces implicará forzosamente una forma de enfrentar en el futuro el darse cuenta del inexorable paso del tiempo y el vérselas con un cuerpo que va envejeciendo, además de enfrentar –en términos generales- la muerte de los padres en forma real y no imaginaria ya y ver allí el espejo del propio futuro, o parafraseando a Freud, reconocer que “el fin de la vida es la muerte”.
Es decir que, desde esta perspectiva y parafraseando la línea inaugurada por Margaret Mahler y Peter Blos, según cómo haya vivido el niño su proceso de individuación y separación, podrá sobrellevar su segundo proceso de individuación ([3]) para pasar a la adultez, lo que podría ser llamado el tercer proceso de individuación, el que podrá ser o no traumático.
Es decir, un tercer proceso de individuación que podrá figurarse como “crisis” (como proceso normal de la existencia, en el que van sucediéndose replanteos) o una profundización de la “brecha” generacional, en este último caso como negación del paso del tiempo, como un proceso trunco en la serie de elaboraciones de duelaje que debieron haberse experimentado en la juv
Juan Pinetta 2011-01-03
Tiempo y crisis de edad. Distinto para todos
La magnitud de la crisis de la mediana edad (hacia la vejez) varía según cómo haya resuelto el sujeto los procesos evolutivos en la infancia y en la adolescencia.
El tercer proceso de individuación se presenta en la adultez como el reconocimiento concreto de la finitud de la vida, para lo cual deberá haberse atravesado en la primera instancia diversos duelos, empezando por el reconocimiento y aceptación del infante de una separación de su madre como principio inicial de autonomía e individualidad, seguido por lo que Peter Blos llama segundo proceso de individuación, esto es la desvinculación con los objetos interiorizados en la niñez temprana. De acuerdo a cómo se haya logrado transitar estos duelos, el adulto enfrentará la prueba irrefutable de la finitud de la vida. Será más factible hacerlo en forma positiva cuánto en la niñez y en la adolescencia se haya abandonado la idea de satisfacción inmediata y omnipotencia.
La meta del trabajo es exponer las diferentes posturas de los autores abordados (ver bibliografía), en los cuales se observó un eje común, que tiene que ver justamente con un continuum vivencial que va desde los primeros días de vida, sus experiencias y la influencia sociocultural para enfrentar los biológico. Todos los autores remarcan que la crisis, si bien en general es vista como algo negativo, la re-flexión (el mirarse hacia adentro) implica a su vez una oportunidad para concretar proyectos que fueron postergados.
Así como se sostiene (desde P. Blos) que hay que pasar el periodo de latencia como fase necesaria, en forma inexorable, para arribar a un buen desarrollo del proceso adolescente para elaborar los duelos, se sostiene desde este trabajo que para llegar a una adultez que culmine con la “integridad del yo” (de la que habla Eric Erikson en la vejez), debe pasarse por una adolescencia que termine por resolver los conflictos infantiles en forma positiva, para que el hombre maduro pueda mirar a la finitud de frente, sin “desesperación”. O sea, lograr el tercer proceso de individuación.
Desarrollo
Crisis implica un “cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente” y/o una “mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales” ([1]). Etimológicamente deriva del griego krisis y este del verbo Krinein, que significa “separar” o “decidir”. Dice Michael Nichols que crisis es algo que se rompe y porque se rompe hay que analizarlo. La crisis nos obliga a pensar, por tanto produce análisis y reflexión. Vulgarmente, crisis significa situaciones de ruptura, renuncia, muerte, oportunidad o fin, resignación...
Las diferencias que se ven en la significación de “crisis”, se pueden trasladar también a las teorizaciones psicológicas sobre la llamada crisis de la mitad de la vida (como sostiene Carl G. Jung) o de los 40 (Levinson), con fuertes contrapuntos que van desde la afirmación de su existencia en todos los seres humanos hasta la relativización acerca de que tenga que ser, sí o sí, un paso obligado de la vida (Costa y Mac Crae ([2]) ).
Las crisis pueden activarse por diversos desencadenantes, según Orville Gilbert Brim, como por ejemplo: 1) Causas hormonales, por disminución de la testosterona (en el hombre) o de los estrógenos (en la mujer), con todas sus consecuencias concomitantes; 2) La discrepancia entre lo que se esperaba y lo que realmente alcanzó; 3) Se hacen presente, de improviso, los sueños omnipotentes de la juventud; 4) El estancamiento, agotamiento de los proyectos; 5) El presentimiento de la muerte; 6) Los cambios en la familia –nido vacío, padres ancianos, deterioro familiar-; 7) Factores externos como revoluciones históricas y sociales, depresión económica, guerras, pérdida de empleo.
Lo cierto es que sean cuales fueran las situaciones vivenciales que provocaron pérdidas en la niñez y en la adolescencia, su elaboración de entonces implicará forzosamente una forma de enfrentar en el futuro el darse cuenta del inexorable paso del tiempo y el vérselas con un cuerpo que va envejeciendo, además de enfrentar –en términos generales- la muerte de los padres en forma real y no imaginaria ya y ver allí el espejo del propio futuro, o parafraseando a Freud, reconocer que “el fin de la vida es la muerte”.
Es decir que, desde esta perspectiva y parafraseando la línea inaugurada por Margaret Mahler y Peter Blos, según cómo haya vivido el niño su proceso de individuación y separación, podrá sobrellevar su segundo proceso de individuación ([3]) para pasar a la adultez, lo que podría ser llamado el tercer proceso de individuación, el que podrá ser o no traumático.
Es decir, un tercer proceso de individuación que podrá figurarse como “crisis” (como proceso normal de la existencia, en el que van sucediéndose replanteos) o una profundización de la “brecha” generacional, en este último caso como negación del paso del tiempo, como un proceso trunco en la serie de elaboraciones de duelaje que debieron haberse experimentado en la juv
Juan Pinetta 2011-01-03
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